Por: Adriana Morante Alvarado
Tuvimos una semana de locos realmente, tanto así que yo no se como pudimos sobrevivir a tantos impactos, debo admitir que dentro de la tragedia los peruanos encontramos la unidad. Tuve la oportunidad de asistir a una de las marchas, a pesar de las preocupaciones de mis padres y todas las indicaciones y precauciones previamente analizadas, me decidí a encaminarme al llamado del pueblo.
Todo lindo, todo muy patriótico, yo no sabía ni quienes estaban ahí pero no importaba pues todos coreábamos a una viva voz. Hasta que en pleno recorrido un trío de tipos borrachos decidieron que era buena idea acercarse demasiado a mi, sin duda los mande a volar, pero ellos volvieron, procedí a pedir ayuda de un chico que estaba delante de mío, igualmente no fue muy efectivo, el acoso no paró hasta que con toda la cólera y la impotencia aleje al tipo con un golpe del cual nunca me arrepentiré.
Yo solo fui con la única intención de reclamar mis derechos, solo quería ser parte del cambio, como buena patriota, y por un momento creí que todo saldría bien, por un momento olvidé la sociedad machista en la que vivo.
Me choque con la triste realidad de que en un espacio, en una crisis sanitaria, una crisis política, una protesta por los derechos no significó ningún impedimento a esos marchitos de intimidarme, acostarme y molestar tanto y al punto en el que tuve que solicitar ayuda de quienes me acompañaban en ese momento.
Todo el país se indignó al ver como el poder lo asumía alguien totalmente arbitrario e incapaz, y si bien yo admiro la valentía de toda mi generación y la aplaudo no puedo evitar cuestionarme si todo ese espíritu y pasión por la Patria sería la misma si se tratase de juzgar a los feminicidas, a los violadores y toda esa sarta de tipos que no les importa incomodarnos con tal de demostrar su poderío y fuerza machista de cuarta.
Si es verdad que somos la generación del bicentenario aún nos queda mucho porque seguir indignándonos.