Es indudable el carácter mesiánico de nuestra cultura política. La fe en la llegada del elegido que nos rescatará de nuestras permanentes crisis, ha dejado de ser solo una anécdota y se ha convertido en un pilar fundamental en la forma de entender y hacer política en nuestro país. Pues, en efecto, nuestra política se ha convertido más en un campo de fe, que de construcción de proyectos e ideales con argumentos ideológicos. Desde esperar al “Lenin de los Andes”, por solo iniciar en el siglo XX, hasta elegir a un “cholo sagrado”, pasando por el florido Alan y Fujimori sobre un tractor, hemos formado una cultura política que desprecia los procesos que la acompañan y le dan forma; y, por el contrario, hemos forjado una estructura de creencias donde la ciudadanía prefiere criticar todo y esperar sentado a la llegada del salvador. No importa si nos defrauda uno, esperaremos a otro, tal vez peor, y seguramente lo desecharemos como a los siguientes, hasta encontrar al elegido. No importa, seguro ya llegará.
Así hemos llegado hasta ahora. Creímos en el viejo chocho que ostentaba un CV más largo que su apellido y se la pintaba de técnico exitoso en América Latina, pero fracasamos, y tan rápido como la emboscada fujiaprista para vacarlo, decidimos olvidarlo. Entró Vizcarra. El ánimo y la fe volvieron a relucir. No solo era un técnico con porte, sino también provenía del interior del país con una exitosa experiencia previa en el Gobierno Regional de Moquegua. Pero tan rápido como su vacancia orquestada por Acción Popular y Alianza Para el Progreso, también lo olvidamos. No importó su más de 70% de aprobación como presidente en época de crisis. Tampoco importó el cierre del Congreso, la reforma política y de justicia que impulsó, porque a los días de su vacancia, la gente salía a las calles, pero no para defenderlo, sino, para defender la democracia en el país. Ya lo habíamos olvidado.
Entró Sagasti, y junto a él, la fe ciega emergió como de costumbre. Bastó tener buena pinta, hablar pausado y citar a Vallejo, para que el calor de las marchas se diluya en las calles. ¿habremos vuelto a lo mismo? Parece que no porque algo se ha quebrado en nuestra constante cultura política mesiánica: el sentido de ciudadanía. Y es que con el cambio generacional que estamos atravesando, la forma de participar en política está cambiando. Cada vez hay mayor organización juvenil orientada a la participación política, curiosamente al margen de los partidos políticos. Un buen inicio para romper nuestra cultura política pero todavía insuficiente.