Ser joven en el Perú, representa un reto en sí mismo, existen brechas en el ejercicio de derechos como educación, salud, empleo, situación de violencia y participación; en particular, para sectores vulnerables y mujeres. A raíz de la pandemia, las y los jóvenes afrontamos el riesgo de un futuro incierto, marcado la falta de oportunidades; sobre todo, para acceder a estudios superiores y empleos dignos.
Según la Fundación FORGE, 8 de cada 10 jóvenes se encuentran muy preocupados por el futuro del empleo en sus países, por la crisis económica generada por la Covid 19. En el Perú, solo un 23% de jóvenes se siente preparado para enfrentar la crisis venidera, el porcentaje restante tiene como mayor preocupación obtener empleo. El 42% de mujeres tiene una mirada más pesimista sobre la situación laboral, esto se condice con la desigualdad de género predominante, que tiene impactos diferenciados y de mayor desventaja para las mujeres jóvenes.
Se estima que 1 de cada 4 jóvenes perdió su empleo, un 43% solo cuentan con primaria y 40% solo con secundaria (INEI), por ello, se estima que los y las jóvenes sin estudios superiores serían los más afectados.
Según FIPES, casi 150 000 estudiantes tuvieron que abandonar sus estudios universitarios y tecnológicos por falta de recursos, esta cifra puede ampliarse hasta 600 000 el próximo semestre. Esta realidad es más desesperante para los 2 millones de jóvenes que no estudian ni trabajan por falta de ingresos y oferta laboral.
Necesitamos alternativas inmediatas para salir de este círculo vicioso, no permitamos que nuestra generación se quede sin sueños, tenemos aptitudes para la adaptación y uso de la tecnología, con medidas adecuadas para promover la empleabilidad y emprendimiento juvenil, podemos garantizar nuestro presente y futuro; en consecuencia, el desarrollo sostenible del país y mejores oportunidades para las generaciones futuras. El bono demográfico debe ser una oportunidad y la juventud una prioridad, para el Perú del Bicentenario.