Por: Claudia Silva Rodríguez
Esta semana se cumple un año desde que se confirmó el primer caso de COVID-19 en Perú. En aquel momento, muchos restamos importancia al problema negándonos a verlo como una emergencia real, sin embargo, las muertes por la enfermedad superan ya los dos millones y medio a nivel mundial. En nuestro país, según fuentes oficiales, el virus ha cobrado más de 46 mil vidas hasta el momento. No obstante, llama la atención la apatía frente a la pandemia que gran parte de la población está demostrando, parece que han sido tantas muertes que de alguna manera nos habríamos anestesiado. Este fenómeno ya había sido estudiado por Paul Slovic, psicólogo especialista en percepción de riesgo y toma de decisiones. Slovic descubrió que al presenciar tragedias masivas, tales como guerras, genocidios y hambrunas, se produce en las personas algo que él ha denominado “Entumecimiento Psicológico”. Significa que cuanta más gente muere, menos nos importa.
Cada uno sabe hasta qué punto ha podido insensibilizarse frente la magnitud de esta tragedia, quizá para mantener la moral en alto o tal vez de manera menos consciente. Aun así, considero que este aniversario nos da una oportunidad para despertar nuestra empatía por los difuntos y sus familiares, para honrar con compasión las vidas que se han perdido. Antes de ser cifras en la estadística de muertes por COVID-19, muchos eran seres humanos cuyo amor y presencia hacen falta a quienes les lloran todavía; abuelitos que ya no están aquí para compartir anécdotas memorables que nosotros no podremos relatar con su misma emoción; médicos y enfermeras que ofrendaron sus vidas luchando por salvar a otros; esposos y esposas que no pudieron acompañarse en los últimos instantes; padres y madres de familia que dejan niños en la orfandad; hermanos que eran verdaderos amigos y amigos que eran hermanos del alma; hijos que dejan a sus padres con el corazón destrozado por su ausencia prematura; gente humilde que tuvo que desafiar el confinamiento para ir a trabajar, pues si no los mataba el virus los hubiera matado el hambre.
Son algunos ejemplos de vidas que nos pido recordar en estos días. También invito a que, si alguien cercano a nosotros ha partido, hagamos espacio para honrar nuestro propio dolor. Si son afortunados y no han llorado la muerte de ningún ser querido debido a esta pandemia, invito a que conecten con su compasión por aquellos que sí llevan esa herida. No dejemos morir la empatía.