Por: Claudia Silva Rodríguez
Los días de semana santa suelen ser de reflexión y recogimiento. En esta ocasión en que por segundo año consecutivo estamos viviendo estos días en cuarentena, podemos aprovechar esta pausa para conectar con nuestro propio sentir durante este último año en el que la mayoría venimos enfrentando una prueba sin precedentes en nuestras vidas.
Creyentes o no, merece la pena dirigir nuestra mirada hacia Cristo crucificado. En el caso de los cusqueños podemos contemplar a nuestro Taytacha, esa imagen que tanto nos conmueve y que desde hace más de tres siglos moviliza a nuestro pueblo en una gran manifestación colectiva de amor y presencia. Creo que lo mejor de nosotros puede reflejarse en él: fortaleza, coraje y compasión sin límites ni distinciones.
Cristo crucificado bien puede representarnos a todos nosotros atravesando esta noche oscura. Es un símbolo potente pues el dolor es un aspecto fundamental e inevitable de la experiencia humana del cual nadie está libre y lo estamos comprobando en medio de esta pandemia. Todos atravesamos instantes de dolor en que somos llevados al límite de nuestras fuerzas a tal punto que aun el más piadoso entre nosotros es capaz de exclamar “¡Dios mío ¿por qué me has abandonado?!”. Sin embargo, aún en medio de esa difícil prueba, él permanece allí, enfrentando valientemente lo que le ha tocado vivir sin dejar morir su compasión por quienes le rodean. La humanidad también está enfrentando colectivamente el inmenso dolor que nos ha traído esta pandemia y es preciso que cada uno de nosotros acompañemos ese y todos los dolores que habitualmente barremos bajo la alfombra, abrazándonos con amor y compasión. También precisamos acompañar a nuestro prójimo abriendo nuestros ojos y corazones a la realidad de su dolor, mostrando empatía y solidaridad.
La historia de Cristo también nos recuerda que aún el peor tormento no es permanente y esta suerte de crucifixión colectiva tampoco lo será. Mi padre solía decir que así como no hay resurrección sin calvario tampoco hay calvario sin resurrección. Así que luego de permitimos contemplar compasivamente nuestro dolor, también podemos conectar con nuestra fortaleza para superarlo, reforzando nuestra confianza en un mañana mejor el cual crearemos todos juntos. Si lo decidimos podemos resurgir de esta tragedia, como diamantes que nacen del carbón, permitiendo que lo mejor de nuestro ser renazca, nos unifique y nos eleve por encima de este desafío, reavivando nuestra compasión, nuestro coraje y nuestra voluntad de vivir. Que así sea.