Han pasado tantos años y pareciera que el cusqueño es inquilino en su casa. Desde hace décadas muchas empresas se encuentran instaladas en el territorio cusqueño, usando la legalidad hecha a la medida de los intereses y contubernios de una cúpula de poder, y a pesar de la gran rentabilidad, el cusqueño termina pidiendo prestado, lo que es suyo.
En Chumbivilcas y Espinar es la historia de nunca acabar, la minería genera enormes volúmenes de producción que valen miles de millones de dólares, pero sólo nos dejan un sencillo para nuestro supuesto “desarrollo”. En el otro extremo de nuestra región, La Convención a pesar de recibir históricamente un descomunal presupuesto por canon y sobre canon producto de la explotación y venta del gas, paradójicamente, el convenciano compra el balón de gas más caro del país (hasta 45 soles por balón). Para colmo, somos una región donde tenemos uno de los índices más altos de autoridades encarceladas y/o procesadas por corrupción, y ni que decir de los derivados bizarros del anhelado crecimiento económico: como trata de personas, alcoholismo, delincuencia, etc.
Podemos tocar muchas problemas, narrar extensos ejemplos que no todo crecimiento trae desarrollo y menos el bienestar social que todo cusqueño debería tener, producto del uso de la explotación de nuestros recursos. Y que toda explotación desmedida nos traer en el mediano y largo plazo más pobreza y subdesarrollo.
Ahora, cuando hablamos de explotación de nuestros recursos, pareciera que el turismo es un sector ajeno a la minería del cobre y la plata, a los hidrocarburos del gas y el petróleo. Pero tiene mucho en común, a pesar de las miradas de disimulo de los empresarios, ciertos funcionarios apoltronados en la dirección de cultura, e intelectuales.
La pandemia nos sigue trayendo lecciones de a que quienes se aprovechan de nuestros recursos les importa poco o casi nada del bienestar de los cusqueños. Ahí tenemos el caso de la empresa PeruRail, con poca vocación de servicio. Esta pandemia, a develado el verdadero rostro de esta empresa monopólica, que ha generado mucha riqueza, pero poca redistribución de la misma, que ha evitado por sus intereses el desarrollo de la conectividad y nuevos corredores viales, frustrando competencias futuras, y generando maltrato al turismo nacional y ni que decir a los visitantes locales. Ahora, en tiempos de solidaridad, nos damos cuenta que cara tiene realmente PeruRail. Este 2020 nos deja muchas lecciones y grandes aprendizajes. No podemos convivir con este tipo de empresas y menos con gente que las defienda.