Cusco como otras ciudades del Perú, cuenta con un rico Patrimonio Cultural Material e Inmaterial. Lo que la distingue de otras, es la joya de América conocida mundialmente como Machu Picchu siendo la corona de una gran cantidad de restos arqueológicos que la hacen única como también el espacio más claro de los atentados contra la integridad patrimonial de nuestro país. Estos meses de pandemia, hemos visto con tristeza que la responsabilidad compartida de su protección ha sido desestimada. Cuando digo compartida, me refiero a los actores como el Ministerio Público, el Ministerio de Cultura y la ciudadanía o la población; y cuando digo desestimada es por hacer notar que el Cusco es tierra de nadie.
Estos nueve meses en los cuales el flujo turístico fue nulo, se debió aprovechar para replantear la mala administración de nuestro patrimonio entendido también como el área y las áreas que lo circundan. La pandemia se volvió el mejor pretexto para decir que no se pudo hacer nada y fue aprovechada por propietarios irresponsables que de Paucartambo a Ollantaytambo, han construido pero destruyendo irremediablemente, el paisaje cultural de nuestros pueblos emblemáticos como también del mismo Cusco. Se ha desatado andenería en la zona de amortiguamiento del Santuario Histórico de Machu Picchu y se han vuelto basurales las zonas aledañas al patrimonio especialmente prehispánico. Esta actitud de silenciosa complicidad, preocupa pero no nos extraña. No olvidemos que el actual director de la DDCC es quien no quiere ejecutar la sentencia para demoler la construcción del Hotel Sheraton que deforma esa emblemática zona del centro histórico del Cusco.
Es de suma importancia no perder la calificación de ciudad Patrimonio que otorga la UNESCO, pero más importante es preservar esa riqueza cultural para las futuras generaciones y su apreciación del Perú antiguo como contemporáneo. La ciudadanía debe ser la primera en defender su patrimonio material, inmaterial y también natural. Primero del impacto que generan nuestras ciudades, segundo de las malas prácticas del turismo y por último de la incompetencia y abandono gubernamental. Lo que muchas veces no se entiende de los atentados patrimoniales es que son irreparables y desafortunadamente, son impunes los culpables. No existe una política de Estado sostenible y real que defienda nuestro legado pero creo que sí tenemos una inteligencia y sensibilidad colectiva henchida de orgullo al hablar de su pasado, y a la cual ahora le toca defender su patrimonio en el presente.