Por: Claudia Silva Rodríguez
El domingo pasado muchos de nosotros vimos con mucha preocupación cómo un número considerable de jóvenes y niños se reunían para festejar carnavales en la Plaza de Armas, sin respetar los protocolos de distanciamiento social y de uso de mascarillas. Otro caso notorio fue el de Iquitos, donde casi un centenar de vecinos del distrito de Belén también se reunieron para celebrar el carnaval pese a la cuarentena por la segunda ola de coronavirus en nuestro país. Si bien estos hechos motivaron la frustración e indignación de muchos ciudadanos, otros tantos han justificado la conducta de los jóvenes carnavaleros aplaudiéndoles por su alegría y valentía. Considero que quienes componen el segundo grupo quizás justifiquen también otros comportamientos imprudentes durante la cuarentena como tener reuniones sociales, ponerse a beber en plena calle, salir sin mascarilla, por mencionar algunos.
Pongo el tema bajo la lupa pues me preocupa mucho ver cómo estaríamos confundiendo el ser valiente con el ser imprudente. Lejos de celebrar la vida y la alegría, las conductas imprudentes de esos jóvenes revelarían un grave desprecio por sus vidas y por las vidas de los demás, así como una enorme falta de respeto por las normas debido a una educación carente de límites. No hay valentía en semejante falta de respeto y tampoco hay valentía en exponerse al contagio de coronavirus de esa manera. Lo que habría detrás de esas demostraciones, sería más bien un caprichoso afán por ser vistos como gente que está por encima del peligro y por encima de las normas, con tal de que todo el mundo los vea “salirse con la suya”. Sin embargo, ignorar la amenaza de una situación como la que estamos viviendo resulta ingenuo además de problemático. De la misma forma en que una mosca que no para de estrellarse contra el frasco de vidrio que la tiene encerrada sólo consigue lastimarse, quienes se oponen tercamente a las restricciones motivadas por la pandemia y continúan exponiéndose innecesariamente al peligro del contagio, sólo conseguirán hacerse daño a sí mismos y por desgracia también a sus familias.
No hay valentía en ignorar una amenaza real. La auténtica valentía radica en hacernos conscientes de los riesgos que estamos enfrentando y en poner lo mejor de nosotros mismos para controlarlos en lugar de agravarlos. Somos valientes de verdad cuando cultivamos nuestra voluntad para sobreponernos a la adversidad y para continuar viviendo con pasión y compasión.