Es un término en el cual he incidido en varias de las publicaciones y artículos que he compartido, ello a partir de esa conducta que evidencian nuestros gobernantes y representantes al momento de ostentar –o pretender– el poder. Dicen que el dinero sin poder no sirve; dicen que el estatus social sin poder, tampoco. Lo claro y cierto es que hoy en día alcanzar el poder en el mundo, en sus múltiples manifestaciones, se ha convertido en el eje central de disputas políticas, culturales, económicas, de ideales y muchas más. Y como todo en la vida y en la historia, ese hambre de poder muchas veces viene de la mano de algún acto inmoral, de traición, de corrupción, con tal de conseguirlo. Estoy inmerso en una seria televisiva –The Crown– que me tiene atrapado y absorto por los temas relacionados a la Corona Inglesa, la monarquía de Gran Bretaña y la vida de la Reina Isabel. Uno de los capítulos de esta serie, habla del hallazgo de documentos –los de Marburgo– vinculados al Duque de Windsor, Eduardo VIII del Reino Unido, quien tras la abdicación –renuncia al trono por haberse casado con una mujer divorciada–, recurre al mismísimo Adolf Hitler, en plena Segunda Guerra Mundial y cuando el régimen Nazi quería apropiarse de toda Europa y seguramente del mundo. Ese hambre de poder y el hecho de retornar al trono de Rey, lo hace recurrir al dictador y genocida más grande de la historia, traicionando ideales familiares, tradiciones y sobre todo, la identidad del país al que una vez representó y al que todavía pertenecía, a cambio de una declaratoria de paz que nunca existió; “planes nazis para entronizar a un traidor”. Un hecho aparentemente aislado de nuestra realidad, pero que en el fondo refleja las intenciones y acciones a las que una persona puede llegar con tal de alcanzar el poder, ese que lo haga “más importante” o “más temido”, según sea. En la historia mundial, basta con poner en el buscador “actos de corrupción en la historia” para darnos cuenta que en cada uno de estos ha estado de por medio el interés personal por encima del interés general, el obtener beneficios inmensos a cambio muchas veces de traicionar ideales y a la propia familia, como Eduardo VIII, o peor aún, al propio pueblo que confiando en la honestidad, lo colocó en ese lugar. Confianza, ese término tan utilizado en política y tan poco honrado. Lo invito a usted fiel lector(a) a hacer una hilo de esos actos y darnos cuenta que la corrupción siempre existió, pero sobre todo, darnos cuenta de que toca acabar con ella ya.