Por: Adriana Morante Alvarado
Ya se nos va otro año de pandemia y calentamiento global, los vendedores sacan por fin sus ofertas de fin de año y todo huele a panteón.
Mientras crecemos pasamos por alto muchos de los grandes privilegios que llegamos a poseer en nuestra niñez. Nuestra carta a papá noel escrita con mucha ilusión es hoy una solicitud de aumento en el sueldo de los practicantes.
La ropa que estrenamos en fiestas familiares de niños, hoy son nuestros cursos y maestrías colgadas en la pared o en algún cv. El pavo que en su mayoría no nos llegamos a comer hoy es todo un día metidas en la cocina ayudando a prepararlo.
Quizás que, para quienes aún no tenemos la vida resuelta el mes de diciembre siempre nos llega con nostalgia y recuerdos de un niño o niña cuya única preocupación era no jalar matemática, y hoy es un adulto joven que debe abastecerse al llegar el fin de cada mes.
Hoy en día no podemos siquiera comprender cómo nuestros padres lograron mantener una familia, una casa y todos los gastos sólo con uno de ellos trabajando.
La fuerza laboral que hoy absorbe a los veinteañeros no es la misma de hace treinta años, el costo de vida y la súper población nos deja un pedacito pequeño para poder existir.
Entonces. ¿Cómo podemos ser la generación del cambio y la superación cuando nuestro paso por esta vida solo se basa en corrupción y nepotismo?. Cómo podemos inspirar a quienes vienen detrás de nosotros si la única manera de conseguir un trabajo bien remunerado es siendo “el hijito de…”.
Lo más irónico es que la educación que nos brindan no sólo son saberes prácticos o teóricos, nos enseñan a tener sueños y a tener nuestros ideales como personas.
Y para que, para que salgamos a un sistema laboral en el que lo último que debes tener sean principios, y todo para poder tener el aguinaldo navideño a fin de mes.