Por: Tito Prado
Esta vez el coloquio programático nos llevó a poner atención a la deuda externa que ha vuelto a ser un tema de actualidad pues es un recurso fácil al que apelan los gobiernos en época de pandemia para no chocar con los grupos de poder.
El presidente Sagasti muestra como un logro la venta de bonos soberanos por 4,000 millones de dólares a pagar en 100 años. Los economistas liberales baten palmas destacando que somos un país de confiar para la banca internacional. Lo que no dicen es como se usará ese dinero. Tampoco cuánto vamos a terminar pagando con intereses en ese tiempo.
Éric Toussaint nos explicó que la deuda externa es un viejo mecanismo por el cual los países desarrollados se imponen a los países de menor desarrollo para manejar sus economías en función de sus intereses. Así el FMI, con cada préstamo, traía bajo el brazo un paquete de reformas liberales que los gobernantes debían aplicar, además de los intereses.
En 1990 Perú debía $25,000 millones; después, en 2015, la deuda saltó a $41,550 millones a pesar que el Estado peruano pagó en ese lapso $70,000 millones, más pagas, más debes es el lema que se desprende de esta lógica. Hoy debemos $68,000 millones, equivalente al 35% del PBI y la cuenta sigue subiendo.
Hay que tener en cuenta que los pagos por concepto de deuda externa se distribuyen así: 30% para amortizar el capital, 68% para pagar intereses y 2% para pago de comisiones. La relación es tan usurera que, en épocas de crisis, para pagar se someten a los pueblos a grandes sacrificios. En Perú, gran parte de nuestros ingresos por exportaciones fueron para el pago de la deuda y como los ingresos eran altos gracia a los precios de nuestros minerales, el pago de la deuda externa dejó de ser un dolor de cabeza para quienes manejan nuestras finanzas, aunque ello representase que los impuestos obtenidos por las exportaciones volvían a manos de los mismos que saquean nuestros recursos. Este círculo vicioso es un atentado a nuestra soberanía.
La exigencia de una auditoria pública y bajo fiscalización ciudadana es clave, pues hay una parte de esa deuda que es impagable ya se ha ido en corrupción, para sostener regímenes autoritarios o cubrir deficiencias administrativas. Las urgencias generadas por el Covid-19 llevan al recurso fácil del mayor endeudamiento externo, sin atreverse a cobrar las deudas por impuestos que deben las grandes empresas.
Que no nos pasen gato por liebre, la deuda externa debe ser auditada y el Estado debe dejar de seguir jugando con fuego.