Los 24 candidatos presidenciales para las elecciones de 2021, no evidencian una saludable democracia, sino el rostro de la decadencia política en el Perú. La estampida de aventureros que entran en el circo de la carrera electoral, representa a vetustos y recientes grupúsculos partidarios que han surgido con rapacidad ante el cadáver de la dignidad peruana. Ninguno de los innombrables, está comprometido con los problemas del país. El drama de esta Nación, no se resuelve en elecciones ni mucho menos de la mano de seudo partidos que más parecen oxiuros del estragado Estado peruano.
Marco A. Denegri, decía que “en el Perú somos 29 millones de testigos”, porque el robo, la corrupción y la impunidad no tienen límite; estos años de descomposición política a los cuales se suma la crisis sanitaria, lo ratifican. Una ciudadanía espontánea en gran número juvenil hizo sentir su malestar dejando como saldo dos muertos que no encuentran justicia. Recientemente el Paro Agrario dejó otro difunto y la desesperación cunde en millones de hogares que no saben cómo afrontar la crisis económica que ha recrudecido en pandemia.
Sólo en el Perú, un alcalde (también devenido en candidato) es considerado “exitoso” por erradicar trabajadores ambulantes antes de crear puestos laborales. Sólo aquí, un magnate semianalfabeto de la educación puede ser candidato sin representar en lo más mínimo al estudiantado. Nuestros candidatos son exlocutores deportivos, futbolistas o abogados de la cleptocracia, por decir lo menos, ante blanqueadores de dinero del narcotráfico, sindicados de asesinato o meros alfiles de los capitales que financian campañas dejando un reguero de procesos judiciales inconclusos y de largo aliento.
En ningún candidato encuentro la voz del padre desesperado por llevar un pan a casa, ni la voz de las madres de las juntas vecinales en los barrios pobres. Mucho menos escuchamos la voz de los estudiantes y de quienes fueron estudiantes y buscan un puesto de trabajo. Ha desaparecido la representatividad de los pueblos originarios, de las comunidades andinas y amazónicas que “no existen” para el resto del Perú, cuando son las únicas que defienden las fuentes de agua y los escasos recursos que no ha dilapidado el gobierno. No me pueden obligar a votar por gente que no nos representa. Añoro como muchos la transformación de nuestra Patria, pero siempre y cuando nazca de las necesidades del pueblo antes que de la misma “clase política”. Quiero vivir junto a mi hijo en un Perú distinto, pero donde sea la constitución la que me represente. Que nos represente el gremio laboral, profesional o incluso el colectivo del que nos sintamos parte. El caudillismo es la democracia en decadencia, elegir la continuidad de un sistema político nefasto es también la decadencia de la democracia, que no tiene por qué ser la de aquellos que llevamos un país más justo en nuestros corazones.