Por: Edward Serrano
Según Deming, la aparición de una nueva enfermedad en el mundo, genera una preocupación y temor, este padecimiento registrado por primera vez en China afínales del 2019, en la provincia de Wuhan y que se fue expandiendo en el mundo, hasta llegar a cifras escalofriantes. El 30 de enero del 2020 la OMS, declaró esta epidemia como una Emergencia de Salud Pública de Interés Internacional, tratando que los países del mundo resguardaran a su población y prepararan el sistema de salud, para evitar un posible colapso de la misma; a partir de esto la población fue obligada a encerrarse y aislarse, este aislamiento mal llamado social, también empezó a generar aislamiento emocional, lo que implicaba que las personas encerradas, no sólo se encontraban separadas físicamente de sus seres queridos, sino que emocionalmente no se contactaban con ellos, hechos que empezaron a generar enfermedades mentales; la humanidad en este momento está sufriendo por la presunción, de que esta pandemia podría ser el fin de la historia de muchos, como describe Cecilia Johnson, Saletti Cuesta, & Tumas, en su artículo emociones preocupaciones y reflexiones frente al COVID-19: “Como resultados se advierte que la población encuestada siente incertidumbre, miedo y angustia, pero también emerge un sentimiento de responsabilidad y cuidado frente al COVID-19”.
A julio del 2020 las cifras de casos se disparan no sólo en el viejo continente sino en américa, una ola de contagios que sigue creciendo día a día, en América ya registra 4,35 millones y 182.867 muertes, los sistemas de salud colapsaron, las políticas públicas de salud, no pudieron frenar esta pandemia, al contrario los especialistas epidemiólogos del mundo avizoran una segunda ola, que podría ser de por si fatal, para ya los alicaídos sistemas de salud del mundo y especialmente de América y el Perú.
La crisis sanitaria llego al Perú, uno de los países más afectados en América latina, efectos sin precedentes sanitarios, enfermedad que no sólo trae consigo consecuencias en la salud de la población, sino repercusiones económicas y políticas. La pandemia supero a la abatido y precario sistema de salud; las bajas sanitarias en el Perú, a la fecha del presente estudio de acuerdo a la Sala Situacional del Ministerio de Salud nos indica que tenemos 897,594 casos y un total de 34,362 fallecidos, lo que implica que la enfermedad tiene 3.38% de letalidad, cifras frías que siguen incrementándose y que no tiene posibilidad de mejorar.
No hay un protocolo de tratamiento que sea efectivo, los países más avanzados en el tema de salud, prueban tratamientos, sin resultados eficaces; una pugna y carrera por lograr el desarrollo de la vacuna que no llega, y que su presentación final podría demorar más de lo esperado, un mundo sin esperanza, casi conformado con la idea de que la pandemia llegara a todos tarde o temprano y se tiene que salvar los que deben salvarse. Estos son hechos perceptibles que los sistemas de salud ven, pero sin embargo hay un enemigo invisible, oculto que trajo esta enfermedad, que son las enfermedades mentales, que no sólo afectaron aquellos que contrajeron la enfermedad, sino también aquellos que resultaron ilesos, el sistema de salud del mundo, del Perú, no da una mirada a este problema ya identificado por varios especialistas en el mundo, como refiere Huarcaya respecto a la salud mental: “Como resultado del rápido incremento de casos confirmados y muertes, la población general y el personal de salud experimentaron problemas psicológicos, como ansiedad, depresión y estrés”.
Si bien es cierto, que todavía no sea realizado investigaciones en el Cusco sobre las consecuencias del COVID-19 en la salud mental, pero ya se percibe con claridad, varios de los síntomas de las enfermedades identificadas en otros países, como la ansiedad, la depresión y el estrés post traumático. El ciudadano de a pie siente la sensación de nerviosismo, agitación o tensión, peligro inminente, pánico o catástrofe, aumento del ritmo cardíaco, respiración acelerada (hiperventilación), sudoración, temblores, sensación de debilidad o cansancio, estos son algunos de los síntomas que podemos observar hoy en día en gran parte de la población del mundo, del Perú y del Cusco; el sistema de salud debe de dar una mirada a estas consecuencias y estudiar en qué medida la población fue afectada en su salud mental y empezar a elaborar estrategias para mitigar sus consecuencias.