Por: Edward Serrano
El Perú al igual que otros países del mundo, fue afectado por esta pandemia, con cifras espantosas de enfermos y fallecidos, esta pandemia destapo una realidad que ya se vivía varias décadas atrás, que era el colapso del sistema de salud peruano, profesionales de la salud, sorprendidos por el avance de la enfermedad y la carencia de información veraz capaz de coadyuvar a combatir este flagelo, como lo confirma Maguiña Vargas en un parrafo de su artículo Reflexiones sobre el COVID-19, el Colegio Médico del Perú y la Salud Pública: “Esta nueva enfermedad (COVID-19), ha desnudado de manera cruda y real, la terrible situación sanitaria del Perú: hospitales viejos, falta de materiales, laboratorios especializados, camas, ventiladores, especialistas, y una población geriátrica abandonada, médicos mal remunerados, sin seguro médico, y como nunca, falta de equipos de bioseguridad para combatir a este nuevo flagelo” ( 2020, p. 8).
Esa realidad de salubridad, nos dio a entender que, el Perú un país en vias de desarrollo, no tenía la capacidad de enfrentar un problema de salud de esta magnitud, pero lo que no se observa hasta este momento es una respuesta del estado, frente a las consecuencias en la salud mental de los pacientes diagnosticados con esta enfermedad, a pesar que el gobierno, tiene los datos y cifras necesarias para poder implementar una campaña frente a las consecuencias de este flajelo; antes de la pandemia en el Perú, se tenia que el 20% de la población adulta y adulta mayor padece de un trastorno mental, especialmente depresión, trastornos de ansiedad, consumo perjudicial, abuso y dependencia del alcohol; y, el 20% de niños y niñas padecen trastornos de conducta y de las emociones (INSM, Estudios Epidemiológicos de Salud Mental), estos datos definitivamente se incrementaron en este proceso de la pandemia, dándonos las siguientes cifras, de acuerdo a lo detallado en el documento técnico “Plan de Salud Mental Perú, 2020-2021” (en el contexto del COVID-19), los hallazgos preliminares de la encuesta poblacional sobre salud mental durante la pandemia por COVID-19 y toque de queda, donde participaron 58,349 personas, se encontró que el 28.5% de todos los encuestados refirieron presentar sintomatología depresiva. De este grupo, el 41% de los encuestados presentaron sintomatología asociada a depresión moderada a severa y el 12.8% refirió ideación suicida. Las mujeres reportaron sintomatología depresiva en el 30.8% y en los hombres el 23.4%. El grupo etario con mayor afectación depresiva fue el de 18 -24 años. Estos estadísticos de incremento y en algunos casos aparición de enfermedades mentales, nos da un perfil psicológico de lo que se requiere, para hacer una intervención inmediata en políticas de salud mental, el gobierno a través del documento técnico “Plan de Salud Mental Perú, 2020-2021”, establece como población objetivo: “toda la población del territorio nacional a la que lleguen las actividades del presente Plan, con énfasis en personas adultas mayores, niños, niñas y adolescentes.
Las acciones de atención están dirigidas a las personas en tratamiento, sobrevivientes y familiares de fallecidos por el COVID -19, a las personas con trastornos mentales y del comportamiento preexistente y de inicio durante la pandemia, así como, al personal de salud de primera línea” (Salud, 2020, p. 26). Al identificar y mencionar la población objetivo, cae la pregunta de por sí, ¿Cuántas personas adultas mayores, niños, niñas y adolescentes, fueron intervenidos con este programa?, y la respuesta, casi se genera inmediatamente, ¿alguno?, ¿ninguno?.
La escasa información que se tiene en el Perú, va dirigido a los resultados médicos de atención al problema de la pandemia y no así a los resultados de la intervención en salud mental, lo que agrava la situación de la salud psicológica de los ciudadanos peruanos, que no acceden a una intervención psiquiátrica, ni mucho menos a una psicológica, cave en este momento instar nuevamente a los rectores en el tema de salud mental, a dar una mirada más seria a este problema y no sólo construir documentos técnicos de intervención, sino ejecutar su implementación, evaluación y monitoreo, con una información permanente, como se realiza con los datos médicos de la intervención de la enfermedad, dando a los profesionales de la salud mental, nuevas y mejores estrategias de intervención, para mitigar este azote.n