Si hubieron algunos incautos que quedaron deslumbrados por la figura del recientemente nombrado presidente de la República Francisco Sagasti, por su curriculum vitae, experiencia en investigación, hablar pausado y por el poema de César Vallejo que leyó en el discurso en el cual tomó el poder; y pensaron que con Sagasti el país tomaría un nuevo rumbo, pues lamentamos informarles que aquí nada va a cambiar.
Las protestas que congregaron miles de personas el pasado fin de semana, más allá de expresar su rechazo a Manuel Merino, lo que expresaron fue principalmente un rechazo a la clase política y a la estructura que la sustenta, la cual ha permitido vacancias presidenciales, cuestiones de confianza y disoluciones de parlamento, llevando al país a su peor crisis política del presente siglo y de su historia contemporánea.
27 años lleva la actual Constitución, promulgada por Alberto Fujimori, luego del golpe de Estado del 5 de abril de 1992 (porque ese sí fue un golpe). Bajo esta Constitución hemos crecido creyendo que teníamos una economía sólida y que el modelo que se plantea en ella era el mejor para este país, sin embargo, la pandemia del Covid-19 ha desnudado las brechas del país en educación y salud, la falta de conectividad de millones de peruanos y de niños que han perdido el año escolar, así como la precariedad del empleo.
Pero para nuestro flamante presidente, asiduo lector de poemas de Vallejo, no es el momento de cambiar la Constitución, y en realidad cuando se toca el modelo económico, cuando las personas requieren sus fondos de las AFPs, cuando se piden nuevas estructuras económicas y leyes que protejan el empleo, nunca, pero nunca, es el momento de hacerlo.
Señor Sagasti, no nos deslumbre por sus gustos literarios, empiece a reconocer que esta caduca Constitución fujimorista requiere ser cambiada y este es el momento.