No, no estoy hablando de Milán-Italia o de París-Francia, esta vez hablo de nuestro Perú y no necesariamente refiriéndome a prendas o marcas de nuestros “influencers”, sino de aquella “moda” que define nuestra vida política y hace que no siempre elijamos bien. La última semana ha sido tan compleja que temas para comentar y escribir habían muchos. Sin embargo, me he querido detener en uno francamente preocupante y es que cuando alguien está “de moda” en nuestro país, seguro que hasta Presidente puede llegar a ser. La popularidad ha sido un fenómeno que a nuestra clase política le ha hecho mucho daño, pues cualquier “popular” ha visto en ésta el medio más fácil y sencillo para acceder a un cargo político, buscando más que verdaderos electores, solo simpatizantes o admiradores. Ejemplos de ello sobran en nuestra realidad política, comenzando por Susana Díaz en los años noventa –que mostrando el derrier logró un curul en el Congreso–, pasando por chicos reality –que de populares tiene todo, pero ahí nomás– y hoy con George Forsyth que dejó la Alcaldía de la Victoria para postular a la Presidencia de la República, habida cuenta de su “alto índice de popularidad”. No creo, sino sentencio, que la popularidad por sí sola, no puede ni debe ser nunca un factor que determine la elección de una autoridad o un representante del Estado, pues en esa elección deberían primar aspectos mucho más objetivos como una hoja de vida limpia, trayectoria, preparación académica, por decir lo menos; sumado a la inexistencia absoluta de delitos investigados o ya sentenciados. La sola popularidad de una persona ha hecho de nuestra clase política una impresentable, una en la que encontrar un buen representante es la excepción a la regla, cuando debería ser todo lo contrario. Sí, todos quieren ser como el popular del barrio, del colegio o de la universidad –en las películas gringas también te lo pintan así–, pero como sociedad –y más aún como población electoral– no podemos dejarnos llevar por esa popularidad que obnubila y ciega, cuando de elegir objetivamente se trata. Para no lamentar otros cinco años de gobierno, para no tener más de un presidente por periodo de mandato –y para vigilar al que nos conduce hasta julio– cuidado, elijamos sin mirar solo aquella mal concebida popularidad. Por eso, todo bien con el poema de Vallejo y estar “emocionado… emocionado”, pero que no nos distraiga de la realidad, esa que en los poemas a veces también se refleja.