Hace un año exactamente los peruanos asistimos a una de las mayores crisis políticas del Perú en el presente siglo, cuando el presidente Martín Vizcarra tomaba la decisión de cerrar el Congreso, mientras que en el parlamento Mercedes Araoz juramentaba como presidenta de la República por algunas horas, pues rápidamente se vería obligada a dar un paso al costado y reconocer que no tomó una decisión meditada.
Transcurrido un año, el Tribunal Constitucional ha fallado en el sentido de que esta disolución fue constitucional y los rezagos y manotazos de ahogado de Pedro Olaechea y la bancada fujimorista han quedado en el olvido.
Los peruanos en su gran mayoría saludaron esta medida pues estábamos casi convencidos que todos los males de este país tenían su origen y causa en ese impresentable Congreso y nos preparamos para ir a las urnas nuevamente en enero de 2020, y fuimos a las urnas y elegimos un parlamento para que complete el periodo hasta el 28 de julio de 2021 y nuevamente en poco tiempo hemos vuelto a tildar a este nuevo Congreso como impresentable, populista, ineficiente, caricaturesco, poco preparado, lamentable y hasta golpista tras la moción de vacancia a Martín Vizcarra.
En seis meses más volveremos nuevamente a las urnas para elegir un nuevo parlamento, una vez más, y seguramente en un año volveremos a repetir todos esos epítetos y frases irreproducibles a la gran mayoría de los nuevos congresistas, porque el problema no es el parlamento ni esos 130 ciudadanos que siempre suelen superarse para peor cada cinco años. El problema está en nosotros y no solamente por no saber elegir como siempre lo escuchamos sino por no haber sido capaces en 200 años de haber construido un sistema de partidos políticos sólidos ni organizaciones sociales capaces de ponerle la agenda a la Confiep que seguirá gobernando el país.