Llegó octubre y, como todos los años, trajo consigo el debate sobre el “descubrimiento” o “conquista” de América centrada en la figura de Colón. En nuestro país, como siempre, no faltaron voces de indignación por la celebración del 12 de octubre, más aún porque la Municipalidad de Lima decidió restaurar la escultura de Colón ubicada en el centro de la capital. Las banderolas, los largos comentarios, los slogans y las actividades virtuales, dieron la sensación de encontrarnos frente a un gran movimiento dispuesto a generar nuevos relatos históricos que grafiquen con mayor precisión lo ocurrido hace más de 500 años, con cierto ánimo de tumbarse monumentos que celebran la colonialidad. Pero más allá de estas sensaciones e impresiones que nos llevamos todos los años, vale la pena preguntarnos sobre la utilidad de este debate dentro de nuestra política nacional.
Y la verdad, es que este debate ha sido y es poco -o nada- útil en el ambiente político. Existen varias razones, pero algunas principales se resumen al hecho de que el debate en nuestro país se ha convertido, a lo largo de estas décadas, en un cliché o una pose que algunos sectores progresistas han asumido como parte de su calendario cultural. Un día al año donde hay que celebrar nuestra rebeldía con un slogan, una fotografía y un evento pequeño donde la gran conclusión se resume en la celebración nuestra resistencia cultural. Nada más. Un saludo a la bandera que acaba con una chela, una reunión de amigos y algún debate virtual. Abandonando completamente el sentido político del debate.
Es decir, que el problema no radica en el debate en sí mismo, sino en la forma en cómo se ha abordado, alejada de la política, y, sobre todo, ajena a los proyectos nacionales ¿o acaso algún partido político ha recogido este debate para proponer un proyecto país que aterrice en políticas públicas concretas? ¡Ninguno! ¡Ni la izquierda! No lo hicieron y no lo van a hacer, así se cansen de citar ejemplos sobre cómo se abordaron estos debates en Bolivia, Ecuador o la misma España. Países donde estas problemáticas no sirvieron solo para generar días festivos en los calendarios culturales, sino, fueron los cimientos para imaginar un nuevo país que dialogue con su historia y construya un presente más justo y equitativo -con todos sus errores-. Por eso, mientras no logremos plantear un debate de esa envergadura, seguiremos repitiendo el cliché hasta el hartazgo.